El conservadurismo lo entendemos en este artículo como la conservación del estado actual de las cosas, al mantenimiento del “orden” establecido en el momento que vivimos aunque, en la dimensión política implique la destrucción del orden natural y en la religiosa el peligro del mantenimiento de una situación que lleva a la sociedad a una descristianización progresiva. La confusión entre conservadurismo y tradición, que se contempla claramente en el ámbito de lo político, está promovida por liberales y marxistas que impiden descubrir el verdadero sentido de la citada tradición la cual conserva sólo lo válido del pasado y acepta sólo lo que se puede asimilar del presente con un profundo respeto al orden natural de las cosas. Por esa claridad, y salvando las distancias, la emplearemos para vislumbrar el fenómeno paralelo que, en algunos aspectos, se produce en la sociedad eclesial. Introducción En política, la opción conservadora es, históricamente, liberalista. No nos debe llevar a engaño los enfrentamientos electorales entre el partido liberal y el conservador acaecidos, en España, en el siglo diecinueve y en los primeros del veinte. Para entendernos, progresismo y conservadurismo son dos posiciones dentro del mismo sistema liberal, ayer y hoy, pues las dos tienen su origen en la Revolución francesa. ¿Cuáles son las diferencias entre ellas? La esencial reside en que el progresismo legisla o progresa en el mal y el conservadurismo lo conserva. Así de sencillo, pongamos un ejemplo: si un partido en el gobierno considerado progresista legisla a favor del aborto, la oposición “conservadora” votará lo contrario pero, al asumir el poder, mantendrá la ley aprobada por los anteriores gobernantes. De esta manera, divorcio, aborto, pornografía, equiparación al matrimonio de las parejas de hecho, incluidas las de carácter homosexual y “otras conquistas sociales” permanecerán siempre como amenaza social reconocida y aceptada en el cuerpo legislativo de una nación. Es cierto que, si se intentara aprobar una ampliación en cualquiera de las citadas, no contaría con el apoyo inicial de los acomplejados “conservadores” pero, una vez aprobada, repetiríamos el proceso anterior. Esterilidad congénita del Conservadurismo. Lo dicho, en el párrafo anterior, nos lleva a una clara conclusión: el “conservadurista”, por naturaleza depende de otro, es estéril por sí mismo. No es capaz de hacer una revolución, ni violenta ni pacífica, como el progresista, ni una revolución al contrario como el reaccionario ni todo lo contrario de una revolución como el contrarrevolucionario. Por esta razón, hay que distinguirlo del que asume otra opción muy distinta que es la que hace referencia a la tradición como vida natural de cualquier cuerpo social y, concretamente, en el de la Iglesia de manera consubstancial. Comparar la tradición con la mera conservación es como comparar un peral con frutos frondosos y una lata de conservas con unas cuantas peras. La tradición produce, la conservación no. La lata de conservas no tiene raíces como el árbol... toda su vida depende del teórico enemigo político o, pasando al campo de la sociedad eclesial, de lo que ha producido el progresista (fruta podrida) o de doctrinas protestantes o judías superadas (fruta no comestible) o, en el mejor de los casos, de las tradiciones católicas (fruta buena) si el mecanismo del sistema liberal no ha tenido tiempo, en su desarrollo, de hacer desaparecer cualquier atisbo de las mismas. Por otra parte, la estructura del pensamiento del “conservador”, limitado a las dimensiones de una lata, impide la contemplación de la Tradición manifestada en el conjunto de las tradiciones y se conforma con la defensa o el mantenimiento de algunas de éstas que, separadas de aquélla que se escribe con mayúscula, son verdaderas posiciones anacrónicas que no se pueden mantener. La mentalidad conservadora hace, por tanto, que en determinadas etapas históricas coincidan el “conservador” y el tradicional en algunas posiciones pero, como hemos visto y es fácil de imaginar, por circunstancias pasajeras y accidentales. Conservadurismo en la Iglesia: expresión de una división. Veíamos que la tradición es vida para los cuerpos sociales, entre ellos, en primer lugar para la Iglesia. Lo malo es que, por un fenómeno de ósmosis, en la historia de la Iglesia, siempre hay quien suele asumir lo que domina en la sociedad civil, para bien o para mal, en el tejido de la convivencia eclesial, abandonando el propio lenguaje de la Tradición. Tiempos en que se compara el gobierno de la Iglesia con una monarquía absoluta y tiempos en que se reclama el sistema democrático tal y como sucede, actualmente, en Centro-Europa, donde y no por pura coincidencia la Verdad católica está desapareciendo. Así ha sucedido con la asunción del sistema liberal partitocrático en el vivir de una parte de la Iglesia que se descubre, entre otras manifestaciones, en la aparición, inoculada por el progresismo, de calificar y separar a los católicos entre conservadores y progresistas cuando todos, para producir buenos frutos, deberían ser tradicionales, aún perteneciendo a distintas escuelas teológicas, es decir, enraizados en la Tradición legada por Cristo y la Iglesia Apostólica e interpretada por un Magisterio que no puede contradecirse. ¿Afecta esta división, negativamente, a la vida eclesial?. Más de lo que creemos, ya que sucede exactamente lo mismo, socialmente hablando, que en el mundo al que tanto, en contra de lo que nos recomendó Cristo, nos gusta imitar: lo progresistas, creadores de la división, conquistan y los “conservadurista” conservan verdaderos virus de aquéllos. Gracias a Dios, estamos hablando de ciertos aspectos, pues bien sabemos que lo fundamental está preservado por las promesas del Señor a Pedro y a sus sucesores, lo que no evita que, en algunos períodos históricos como el nuestro, muchas almas queden afectadas negativamente. Peligrosidad del formalismo “conservadurista”. Para el “conservador”, por principio, lo que hay en el momento que vive es lo bueno. No puede ser de otra forma. Así sucede con la insistencia de los “conservadurista” políticos españoles de defender activamente, sin la pretensión de ningún cambio a mejor, una Constitución generadora del desastre en la moral familiar y social, no entramos en el fomento de los separatismos, tal vez por miedo a otra peor lo que es difícil. El formalismo en su ser es “genético”, es toda una mentalidad que hace que sus reacciones sean siempre similares, sea en un “conservadurista” político que en uno religioso. El proceso evolutivo de aquéllas, ante cualquier problema social que se le presente, es el mismo. Es, por ello, por lo que resulta fácil realizar un cuadro comparativo del citado proceso ante dos situaciones la ya tratada del aborto, en la introducción, desde una perspectiva del político “conservador” y la de un tema litúrgico que, como todo lo perteneciente a este campo reviste una gran importancia, por ejemplo el eucarístico, en el “conservador” católico. Sin temor a equivocarnos, podemos afirmar que el “conservadurista” contemporáneo coincide con el progresista del pasado y, en pura lógica, sabemos por adelantado que el posicionamiento del progresista de hoy corresponde al del “conservadurista” de mañana. Veamos un cuadro comparativo en España: Ámbito político | Ámbito religioso | Defensa de la vida humana en todas sus etapas frente a los socialistas. | Creencia en la presencia real de Cristo en la Eucaristía frente a las corrientes progresistas que la desvirtúan. | Aceptación de la Constitución que no protege claramente la vida del no nacido. | Aceptación de nuevas formas que no expresan con claridad la adoración a Cristo presente. | Convivir, acomplejadamente, con una mentalidad abortista | Convivir, sin lucha, con una mentalidad antropocéntrica de la liturgia. | Aceptación de la legislación abortista. Votar a favor de la píldora abortiva. | Aceptación de la comunión de pie y en la mano. Retirada de reclinatorios. | Identificación práctica con los socialistas. | Identificación práctica con los progresistas y con los protestantes. |
Variedad cromática del conservadurismo en la Iglesia. En este orden de cosas, la multiplicación de grupos que a sí mismos se denominan “conservadores” en la Iglesia o que son definidos de esta manera, por otros, dentro del espectro eclesial es, realmente, preocupante: todos defienden un aspecto bueno, no el mismo, de la tradición católica que, al no estar sustentado en la asunción de la totalidad de la misma, lo terminan perdiendo o, en el “mejor” de los casos, desfigurando; construyen sobre los pilares alzados por la putrefacción del progresismo entrando y participando, peligrosamente, en un juego que están condenados a no ganar. Sus complejos, de idéntica manera que en el mundo de la política al que parece desean imitar como referencia permanente, les lleva a la búsqueda desesperada de la moderación y del inflacionado centro. Los “conservadurista”y “neo-conservadores”, que más que nuevos “conservadores” son conservadores de lo nuevo, siempre van a remolque de los progresistas, no adquiriendo nunca personalidad propia, pues ese es el papel que les da el sistema. Las formas históricas son expresiones importantes, aunque no definitivas, para hacer vivir la Tradición en nuestra vida cristiana; su cambio no acertado un verdadero caos. Es curioso, comprobar como los “conservaduristas”, por el proceso antes descrito, hacen hoy lo que ayer rechazaban y criticaban, conservando temporalmente tradiciones que luego despreciarán porque, previamente, han abandonado todo el contexto que les daba sentido. Al ir a remolque, no divisan bien el camino emprendido y así creen obedecer al Magisterio cuando, realmente, se están sometiendo a lo impuesto por el progresismo cuyas posiciones, normalmente, están sólo aceptadas por la vía del indulto; verbigracia, la comunión en la mano: “Todos de cualquier modo, recuerden que la tradición secular es recibir la Hostia sobre la lengua. El sacerdote celebrante, si hubiese peligro de sacrilegio, no dé la comunión sobre la mano de los fieles...”[1] y esto en las diócesis que gozan del citado indulto. ¿Quién generalizó lo que está concedido solamente por indulto?: los “conservadores” que no querían quedar atrás ni dar la impresión de no ser “progresistas” o, en su defecto, moderados de centro. Por la vía de la excepción, comenzando por el olvido de la Santa Misa de siempre nunca prohibida, han entrado en la Iglesia los cambios más profundos de los últimos años, es el éxito mayor de los que mueven la historia desde la minoría más absoluta. Algunos ejemplos de actitudes comunes dentro de la variedad. El conservadurismo de los grupos eclesiales tiene como característica común que, junto a la defensa de los valores actuales, incluyen algún punto de la tradición. Aunque sea “anecdótico” apuntarlo, hay sociedades clericales que, en tiempos difíciles, vestían el traje talar y hoy, que parecen más fáciles por estar prescrito en el código de Derecho Canónico y recomendado en varios documentos pontificios y vaticanos [2] , asumen el vestir de paisano o con vestidos clericales de amplio espectro, según sea mañana, tarde o noche (la sotana dentro de casa y en convivencia con los amigos conservadores); cambian el órgano y las composiciones propiamente religiosas por instrumentos no apropiados y obras antropocéntricas (primero han cambiado el contexto musical de alabar a Dios con lo mejor por otro que, hipotéticamente, atraerá más jóvenes sin preguntarse a qué les atraerá); la posición de los altares en los oratorios privados (justo en el momento histórico en que, por parte de los especialistas, se reconoce el error cometido en este cambio que no es fiel a ninguna etapa de la historia de la Iglesia); eliminan la lengua latina [3] , etc. ... (lo contrario de lo que ellos defendían amparándose en afirmaciones del Concilio Vaticano II en la Constitución sobre Liturgia que entran en el proceso antes descrito y donde todo comenzó...). Tienen miedo a que sean confundidos ¡qué horror! con grupos tradicionalistas o que no sean aceptados en las tendencias dominantes. Los “conservadurista”de hoy en bastantes aspectos no se diferencian, en su expresión externa y en sus actitudes, de los progresistas de los años sesenta y setenta. Nuestros hermanos de algunas tendencias “conservadoras”, a veces reducen toda la vida cristiana al sexto mandamiento o a morales interiorizantes o a espiritualismos totalmente desencarnados, sin contenido social alguno: un puritanismo de corte protestante porque si hay alguna tendencia “conservadora” es, precisamente, la protestante que, siempre, tiene sus raíces en el progresismo histórico que rompió con la tradición católica. Otros grupos, ya “neo-conservadores”, producen frutos, en gran número pero no de calidad buena porque buscan abonos fuera de la tradición católica, empobreciendo la liturgia, acudiendo a expresiones venidas del protestantismo, reducidas sus ceremonias a terapias de grupo, en el que todos los participantes se encuentran “encantados” o, lo que es peor, en alguno de los citados grupos se buscan raíces en tradiciones judías con lo que el domingo, por ejemplo, pierde su preeminencia a favor del sábado y la tradición viva católica queda anquilosada en etapas previas a la misma resurrección del Señor. En cualquier caso pierden, sin reparar en ello, lo esencialmente católico: el carácter sacrificial de la Misa, el sentido de adoración, etc., que pertenecen a otro contexto al que han dado de lado. Obedecen a sus líderes sin pensar (lo cual no tiene mérito) si lo que están realizando está o no mandado por el Magisterio y, con ello, eliminan toda responsabilidad, actitud que no conduce a la santidad, que tanto predican. Otros, no importa que sus nombres sean altisonantes y parezcan combativos... luchan buscando aliados en el lado equivocado... son “conservadores”, piadosos sí, pero sin la garra necesaria para abordar, en la práctica, todos los temas de trascendencia para una verdadera reforma que tiene ya suficientes documentos magisteriales; son consustancialmente tibios. Algunos, realmente luchadores y misioneros, hacen acopio de pérdidas de energías queriendo revitalizar democracias cristianas periclitadas y justificar errores históricos de sus dirigentes en la aceptación del divorcio o en refrendos no queridos del aborto. En general, a todos les puede el deseo de parecer moderados, de no ser rechazados por la sociedad, de no ser tildados de inmovilistas (fieles que desde luego no tienen nada que ver con la verdadera tradición). Consecuencias patológicas del “coservadurismo”. La esquizofrenia que el "conservadurismo" hace vivir a sus militantes es de manicomio y esterilizante, pues por sentido de fe no les gustaría dejar pero, por admitir el cambio del contexto católico, terminan dejando tradiciones milenarias que, en la mayoría de los casos, arropan de forma inmejorable la Tradición Apostólica, y que quedan, como consecuencia de esta actitud, sin practicantes ni defensores. No quieren ni les gusta lo que hay en nuestro tiempo pero desean estar en los carros triunfadores y apuestan, con criterios temporales, a lo que creen va a ser el futuro y se olvidan, desgraciadamente, que los caminos del Señor no son nuestros caminos y que no hay tal futuro rompiendo a trompicones con la tradición por seguir el ritmo de los que producen un cisma con la historia de la Iglesia. La parálisis que fomenta el “conservadurista” es traumática y, a su vez, la transmite al conjunto de la Iglesia. Algunos de sus medios de comunicación, con alegría, comentaban el éxito de los últimos veinte años ya que los católicos pasábamos de mil millones, sin percatarse de que, con respecto a la totalidad de la población mundial, habíamos descendido en nuestra presencia. El espíritu misionero de la predicación a todas las gentes ha cedido su puesto a algunas obras de misericordia, que ya se realizaban anteriormente, y los esfuerzos encomiables nunca se traducen en conversiones [4]; lo único que se fomenta es un diálogo eterno. Por ello, los grupos “conservadores” se fabrican sus propias piscifactorías, aprovechando su entrada en las burocratizadas diócesis y parroquias, burocratización que representa un éxito del progresismo de corte socialista, y crecen mientras el ancho mar queda desatendido en las mareas negras del error. Se convierten, en la vida real, en asociaciones endogámicas. La influencia en la sociedad de la doctrina católica, que debería ser la gran misión a realizar por el laicado católico como tradicionalmente ha sucedido, desaparece a pasos agigantados. Estos grupos al tener un fondo liberal son incapaces de generar una preocupación seria por lo público en sus dirigidos. Para ellos, no es pecado colaborar con el voto y con otras aportaciones mayores al triunfo de partidos políticos que aprueban el aborto y el divorcio, que son dependientes de la masonería, etc. Sólo, en este contexto, se puede entender el resultado electoral en Chile de hace unos años con el apoyo reconocido de militantes católicos de sacristía, es decir de grupos “conservadores” o “neo-conservadores”. Conclusiones prácticas. En conclusión, nuestros hermanos “conservadores” sólo tienen una salida católica: dejando complejos y apariencias volver los ojos hacia la Tradición y las tradiciones que la protegen, que no suponen identificación plena ni con los primeros tiempos ni con unos siglos determinados y sí con el desarrollo de aquéllos y de éstos, sin rupturas, en el discurrir ininterrumpido de la vida de la Iglesia hacia un futuro que se sustenta en el Cuerpo de Cristo que crece pero que siempre es el mismo. Es, aunque parezca exagerado afirmarlo, volver al catolicismo como contexto vital en el que prima, al tiempo que son complementados: el dogma del sacrificio eucarístico por encima de la dimensión asamblearia de la celebración; el sentido de la adoración sobre el aspecto horizontal de una comunidad que dialoga consigo mismo; la recuperación de la superioridad de lo sagrado frente al hombre como centro de la actividad y del culto eclesial; la universalidad antes que nacionalismos disfrazados de falsas inculturaciones; dedicación a la salvación de las almas y no a una burocratización [5] excesiva de parroquias, diócesis y numerosos organismos; querer agradar a Dios y no al mundo; combatir por el reinado social de Cristo; no equiparar la verdad con los errores; fomentar el sentido misionero sobre el grupo cerrado y un largo etcétera que los lectores de esta publicación conocen perfectamente. En otra ocasión veremos como, en toda sociedad, estamos condenados a perder “batallas” importantes gracias a los “conservadurista”que nos han acostumbrado a luchar dentro de las concepciones liberales. ·- ·-· -··· ·· ·-·· Luis Joaquín Gómez Notas [1] CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Notitiae 1999 (marzo- abril). |