viernes, 19 de junio de 2009

Moral constitucional

Joaquín Jaubert. 19 de junio. Los cristianos y, en particular, los católicos son, posiblemente y en estos últimos años, los más incoherentes, en su decir y obrar, con respecto a los creyentes de otras religiones. Y más que en su

 vida privada, que cada uno sabrá lo que hace, lo son en lo tocante al ámbito público, aunque sea en algo tan secreto como su voto. Pero, cuando el que habla y actúa es un político católico, parece como si se olvidara de sus creencias fundamentales apartándolas de todas sus consideraciones por pensar que, con esta actitud, obtendrá algo más que un plato de lentejas o tal vez mucho más que treinta monedas, aunque sea a costa de vender su alma.

La ausencia absoluta de un mínimo de conocimientos sobre el ser humano, sobre el Derecho Natural, sobre la razón y los límites de la política; la incapacidad manifiesta para una seria reflexión más allá de los consensos y de las leyes elaboradas por mortales hombres, les sitúa, como tantas veces he denunciado, en el lugar de Dios convirtiendo las “ocurrentes ideas” de cada legislador o gobernante en un creación religiosa y el sistema generado en una verdadera religión que, por supuesto, sí que es obligatoria de creer.

Ante la necedad de calificar lo sustancial, que tiene explicación por sí mismo, con adjetivos que pongan el pensar pasajero del momento por encima de la seria reflexión de siglos, nos hace recordar que a la cultura de la muerte que profesan hay que añadir la muerte de la cultura, desde su raíz etimológica, como algo cultivado. Ya habíamos oído hablar de un anacrónico patriotismo constitucional, pero lo que nunca se me hubiese ocurrido es que, ahora, la moral a profesar se encuentre en la Constitución con fecha de 1978: moral constitucional. La razón, está clara ¡ha sido consensuada!… por los políticos e interpretada por ellos mismos, sacerdotes de una nueva religión: la constitucional. No importa que la moral haya de construirse con caracteres de objetividad y que esta otra moral predicada desde los nuevos púlpitos sea tan cambiante como los mortales que la consensúan. No importa nada, ellos decidirán lo que es vida y lo que no lo es, quien es ser humano y quien no, quien debe morir y quien no, que es el matrimonio y que no lo es, que es religión y cuáles son sus límites y qué es la ilimitada política. Y dentro de unos años a cambiar otra vez.

No esperaba, ante el muy serio y profundo documento de la Conferencia Episcopal Española sobre el aborto, otra respuesta que la que nos han ofrecido los políticos representantes del “pueblo soberano”. Muchos de ellos elegidos con el voto de tantos católicos que han entrado en la misma dinámica que los que dicen representarlos. La dinámica que impone que la política está por encima de todo lo humano y lo divino. Y ahí están lo hasta el día seis de junio tan católicos, diciendo que a ellos no les manda nadie, excepto la disciplina de partido.

La Jerarquía Eclesiástica advierte de que "de acuerdo con la doctrina de la Iglesia, ningún católico coherente con su fe podrá aprobar ni dar su voto" a la futura Ley de Salud Sexual y Reproductiva e Interrupción Voluntaria del Embarazo. Las respuestas de los llamados políticos católicos se resumen en que eso es opinión de los obispos que tienen derecho a opinar, en el mejor de los casos, pero que los políticos, católicos o no, harán lo que otros les dicten. Las frases que se pronunciaron abarcan un “amplio” espectro, según sea la derecha o la izquierda quien enuncie los “sabios pensamientos”, sobre la edad en la que se puede matar, la edad a partir de la cual se puede ser víctima, y con el permiso de quien se puede optar por matar. Para la izquierda matar es un derecho y para la derecha se podrá, con matizaciones semánticas, matar  en tanto en cuanto se consensúe. Esta última no votará a favor no por conciencia bien formada sino porque se considera que no tiene el suficiente consenso y además, según sus líderes, hay que diferenciar entre moral y religión, "que es a lo que se dedica la Iglesia", y la política pues “los políticos nos dedicamos a hacer política", que en el contexto actual es hacer de dioses caprichosos como los del Olimpo. Eso sí están absolutamente en contra" de que una niña de 16 años pueda abortar sin el consentimiento de sus padres.

Pero la mejor frase es la del que afirmó que no hay otra moral de referencia que la constitucional… será para los políticos. ¡Toma ya!

Fuente: Diario ya

http://www.diarioya.es/content/moral-constitucional

martes, 9 de junio de 2009

Los “conservadores”, eco de los progresistas y de tradiciones descontextualizadas.

por Luis Joaquín Gómez.

Los “conservaduristas” hacen hoy lo que ayer rechazaban y criticaban, conservando temporalmente tradiciones que luego despreciarán porque, previamente, han abandonado todo "el contexto que les daba sentido". Un ejemplo: si un partido en el gobierno considerado "progresista" legisla a favor del aborto, la oposición “conservadora” votará lo contrario pero, al asumir el poder, mantendrá la ley aprobada por los anteriores gobernantes


El conservadurismo lo entendemos en este artículo como la conservación del estado actual de las cosas, al mantenimiento del “orden” establecido en el momento que vivimos aunque, en la dimensión política implique la destrucción del orden natural y en la religiosa el peligro del mantenimiento de una situación que lleva a la sociedad a una descristianización progresiva. La confusión entre conservadurismo y tradición, que se contempla claramente en el ámbito de lo político, está promovida por liberales y marxistas que impiden descubrir el verdadero sentido de la citada tradición la cual conserva sólo lo válido del pasado y acepta sólo lo que se puede asimilar del presente con un profundo respeto al orden natural de las cosas. Por esa claridad, y salvando las distancias, la emplearemos para vislumbrar el fenómeno paralelo que, en algunos aspectos, se produce en la sociedad eclesial.

Introducción

En política, la opción conservadora es, históricamente, liberalista. No nos debe llevar a engaño los enfrentamientos electorales entre el partido liberal y el conservador acaecidos, en España, en el siglo diecinueve y en los primeros del veinte. Para entendernos, progresismo y conservadurismo son dos posiciones dentro del mismo sistema liberal, ayer y hoy, pues las dos tienen su origen en la Revolución francesa. ¿Cuáles son las diferencias entre ellas? La esencial reside en que el progresismo legisla o progresa en el mal y el conservadurismo lo conserva. Así de sencillo, pongamos un ejemplo: si un partido en el gobierno considerado progresista legisla a favor del aborto, la oposición “conservadora” votará lo contrario pero, al asumir el poder, mantendrá la ley aprobada por los anteriores gobernantes. De esta manera, divorcio, aborto, pornografía, equiparación al matrimonio de las parejas de hecho, incluidas las de carácter homosexual y “otras conquistas sociales” permanecerán siempre como amenaza social reconocida y aceptada en el cuerpo legislativo de una nación. Es cierto que, si se intentara aprobar una ampliación en cualquiera de las citadas, no contaría con el apoyo inicial de los acomplejados “conservadores” pero, una vez aprobada, repetiríamos el proceso anterior.

Esterilidad congénita del Conservadurismo.

Lo dicho, en el párrafo anterior, nos lleva a una clara conclusión: el “conservadurista”, por naturaleza depende de otro, es estéril por sí mismo. No es capaz de hacer una revolución, ni violenta ni pacífica, como el progresista, ni una revolución al contrario como el reaccionario ni todo lo contrario de una revolución como el contrarrevolucionario. Por esta razón, hay que distinguirlo del que asume otra opción muy distinta que es la que hace referencia a la tradición como vida natural de cualquier cuerpo social y, concretamente, en el de la Iglesia de manera consubstancial. Comparar la tradición con la mera conservación es como comparar un peral con frutos frondosos y una lata de conservas con unas cuantas peras. La tradición produce, la conservación no. La lata de conservas no tiene raíces como el árbol... toda su vida depende del teórico enemigo político o, pasando al campo de la sociedad eclesial, de lo que ha producido el progresista (fruta podrida) o de doctrinas protestantes o judías superadas (fruta no comestible) o, en el mejor de los casos, de las tradiciones católicas (fruta buena) si el mecanismo del sistema liberal no ha tenido tiempo, en su desarrollo, de hacer desaparecer cualquier atisbo de las mismas. Por otra parte, la estructura del pensamiento del “conservador”, limitado a las dimensiones de una lata, impide la contemplación de la Tradición manifestada en el conjunto de las tradiciones y se conforma con la defensa o el mantenimiento de algunas de éstas que, separadas de aquélla que se escribe con mayúscula, son verdaderas posiciones anacrónicas que no se pueden mantener. La mentalidad conservadora hace, por tanto, que en determinadas etapas históricas coincidan el “conservador” y el tradicional en algunas posiciones pero, como hemos visto y es fácil de imaginar, por circunstancias pasajeras y accidentales.

Conservadurismo en la Iglesia: expresión de una división.

Veíamos que la tradición es vida para los cuerpos sociales, entre ellos, en primer lugar para la Iglesia. Lo malo es que, por un fenómeno de ósmosis, en la historia de la Iglesia, siempre hay quien suele asumir lo que domina en la sociedad civil, para bien o para mal, en el tejido de la convivencia eclesial, abandonando el propio lenguaje de la Tradición. Tiempos en que se compara el gobierno de la Iglesia con una monarquía absoluta y tiempos en que se reclama el sistema democrático tal y como sucede, actualmente, en Centro-Europa, donde y no por pura coincidencia la Verdad católica está desapareciendo. Así ha sucedido con la asunción del sistema liberal partitocrático en el vivir de una parte de la Iglesia que se descubre, entre otras manifestaciones, en la aparición, inoculada por el progresismo, de calificar y separar a los católicos entre conservadores y progresistas cuando todos, para producir buenos frutos, deberían ser tradicionales, aún perteneciendo a distintas escuelas teológicas, es decir, enraizados en la Tradición legada por Cristo y la Iglesia Apostólica e interpretada por un Magisterio que no puede contradecirse.

¿Afecta esta división, negativamente, a la vida eclesial?. Más de lo que creemos, ya que sucede exactamente lo mismo, socialmente hablando, que en el mundo al que tanto, en contra de lo que nos recomendó Cristo, nos gusta imitar: lo progresistas, creadores de la división, conquistan y los “conservadurista” conservan verdaderos virus de aquéllos. Gracias a Dios, estamos hablando de ciertos aspectos, pues bien sabemos que lo fundamental está preservado por las promesas del Señor a Pedro y a sus sucesores, lo que no evita que, en algunos períodos históricos como el nuestro, muchas almas queden afectadas negativamente.

Peligrosidad del formalismo “conservadurista”.

Para el “conservador”, por principio, lo que hay en el momento que vive es lo bueno. No puede ser de otra forma. Así sucede con la insistencia de los “conservadurista” políticos españoles de defender activamente, sin la pretensión de ningún cambio a mejor, una Constitución generadora del desastre en la moral familiar y social, no entramos en el fomento de los separatismos, tal vez por miedo a otra peor lo que es difícil. El formalismo en su ser es “genético”, es toda una mentalidad que hace que sus reacciones sean siempre similares, sea en un “conservadurista” político que en uno religioso. El proceso evolutivo de aquéllas, ante cualquier problema social que se le presente, es el mismo. Es, por ello, por lo que resulta fácil realizar un cuadro comparativo del citado proceso ante dos situaciones la ya tratada del aborto, en la introducción, desde una perspectiva del político “conservador” y la de un tema litúrgico que, como todo lo perteneciente a este campo reviste una gran importancia, por ejemplo el eucarístico, en el “conservador” católico. Sin temor a equivocarnos, podemos afirmar que el “conservadurista” contemporáneo coincide con el progresista del pasado y, en pura lógica, sabemos por adelantado que el posicionamiento del progresista de hoy corresponde al del “conservadurista” de mañana. Veamos un cuadro comparativo en España:

Ámbito políticoÁmbito religioso
Defensa de la vida humana en todas sus etapas frente a los socialistas.Creencia en la presencia real de Cristo en la Eucaristía frente a las corrientes progresistas que la desvirtúan.
Aceptación de la Constitución que no protege claramente la vida del no nacido.Aceptación de nuevas formas que no expresan con claridad la adoración a Cristo presente.
Convivir, acomplejadamente, con una mentalidad abortistaConvivir, sin lucha, con una mentalidad antropocéntrica de la liturgia.
Aceptación de la legislación abortista.

Votar a favor de la píldora abortiva.

Aceptación de la comunión de pie y en la mano. Retirada de reclinatorios.
Identificación práctica con los socialistas.Identificación práctica con los progresistas y con los protestantes.

Variedad cromática del conservadurismo en la Iglesia.

En este orden de cosas, la multiplicación de grupos que a sí mismos se denominan “conservadores” en la Iglesia o que son definidos de esta manera, por otros, dentro del espectro eclesial es, realmente, preocupante: todos defienden un aspecto bueno, no el mismo, de la tradición católica que, al no estar sustentado en la asunción de la totalidad de la misma, lo terminan perdiendo o, en el “mejor” de los casos, desfigurando; construyen sobre los pilares alzados por la putrefacción del progresismo entrando y participando, peligrosamente, en un juego que están condenados a no ganar. Sus complejos, de idéntica manera que en el mundo de la política al que parece desean imitar como referencia permanente, les lleva a la búsqueda desesperada de la moderación y del inflacionado centro. Los “conservadurista”y “neo-conservadores”, que más que nuevos “conservadores” son conservadores de lo nuevo, siempre van a remolque de los progresistas, no adquiriendo nunca personalidad propia, pues ese es el papel que les da el sistema.

Las formas históricas son expresiones importantes, aunque no definitivas, para hacer vivir la Tradición en nuestra vida cristiana; su cambio no acertado un verdadero caos. Es curioso, comprobar como los “conservaduristas”, por el proceso antes descrito, hacen hoy lo que ayer rechazaban y criticaban, conservando temporalmente tradiciones que luego despreciarán porque, previamente, han abandonado todo el contexto que les daba sentido.

Al ir a remolque, no divisan bien el camino emprendido y así creen obedecer al Magisterio cuando, realmente, se están sometiendo a lo impuesto por el progresismo cuyas posiciones, normalmente, están sólo aceptadas por la vía del indulto; verbigracia, la comunión en la mano: “Todos de cualquier modo, recuerden que la tradición secular es recibir la Hostia sobre la lengua. El sacerdote celebrante, si hubiese peligro de sacrilegio, no dé la comunión sobre la mano de los fieles...”[1] y esto en las diócesis que gozan del citado indulto. ¿Quién generalizó lo que está concedido solamente por indulto?: los “conservadores” que no querían quedar atrás ni dar la impresión de no ser “progresistas” o, en su defecto, moderados de centro. Por la vía de la excepción, comenzando por el olvido de la Santa Misa de siempre nunca prohibida, han entrado en la Iglesia los cambios más profundos de los últimos años, es el éxito mayor de los que mueven la historia desde la minoría más absoluta.

Algunos ejemplos de actitudes comunes dentro de la variedad.

El conservadurismo de los grupos eclesiales tiene como característica común que, junto a la defensa de los valores actuales, incluyen algún punto de la tradición. Aunque sea “anecdótico” apuntarlo, hay sociedades clericales que, en tiempos difíciles, vestían el traje talar y hoy, que parecen más fáciles por estar prescrito en el código de Derecho Canónico y recomendado en varios documentos pontificios y vaticanos [2] , asumen el vestir de paisano o con vestidos clericales de amplio espectro, según sea mañana, tarde o noche (la sotana dentro de casa y en convivencia con los amigos conservadores); cambian el órgano y las composiciones propiamente religiosas por instrumentos no apropiados y obras antropocéntricas (primero han cambiado el contexto musical de alabar a Dios con lo mejor por otro que, hipotéticamente, atraerá más jóvenes sin preguntarse a qué les atraerá); la posición de los altares en los oratorios privados (justo en el momento histórico en que, por parte de los especialistas, se reconoce el error cometido en este cambio que no es fiel a ninguna etapa de la historia de la Iglesia); eliminan la lengua latina [3] , etc. ... (lo contrario de lo que ellos defendían amparándose en afirmaciones del Concilio Vaticano II en la Constitución sobre Liturgia que entran en el proceso antes descrito y donde todo comenzó...). Tienen miedo a que sean confundidos ¡qué horror! con grupos tradicionalistas o que no sean aceptados en las tendencias dominantes. Los “conservadurista”de hoy en bastantes aspectos no se diferencian, en su expresión externa y en sus actitudes, de los progresistas de los años sesenta y setenta.

Nuestros hermanos de algunas tendencias “conservadoras”, a veces reducen toda la vida cristiana al sexto mandamiento o a morales interiorizantes o a espiritualismos totalmente desencarnados, sin contenido social alguno: un puritanismo de corte protestante porque si hay alguna tendencia “conservadora” es, precisamente, la protestante que, siempre, tiene sus raíces en el progresismo histórico que rompió con la tradición católica.

Otros grupos, ya “neo-conservadores”, producen frutos, en gran número pero no de calidad buena porque buscan abonos fuera de la tradición católica, empobreciendo la liturgia, acudiendo a expresiones venidas del protestantismo, reducidas sus ceremonias a terapias de grupo, en el que todos los participantes se encuentran “encantados” o, lo que es peor, en alguno de los citados grupos se buscan raíces en tradiciones judías con lo que el domingo, por ejemplo, pierde su preeminencia a favor del sábado y la tradición viva católica queda anquilosada en etapas previas a la misma resurrección del Señor. En cualquier caso pierden, sin reparar en ello, lo esencialmente católico: el carácter sacrificial de la Misa, el sentido de adoración, etc., que pertenecen a otro contexto al que han dado de lado. Obedecen a sus líderes sin pensar (lo cual no tiene mérito) si lo que están realizando está o no mandado por el Magisterio y, con ello, eliminan toda responsabilidad, actitud que no conduce a la santidad, que tanto predican.

Otros, no importa que sus nombres sean altisonantes y parezcan combativos... luchan buscando aliados en el lado equivocado... son “conservadores”, piadosos sí, pero sin la garra necesaria para abordar, en la práctica, todos los temas de trascendencia para una verdadera reforma que tiene ya suficientes documentos magisteriales; son consustancialmente tibios.

Algunos, realmente luchadores y misioneros, hacen acopio de pérdidas de energías queriendo revitalizar democracias cristianas periclitadas y justificar errores históricos de sus dirigentes en la aceptación del divorcio o en refrendos no queridos del aborto.

En general, a todos les puede el deseo de parecer moderados, de no ser rechazados por la sociedad, de no ser tildados de inmovilistas (fieles que desde luego no tienen nada que ver con la verdadera tradición).

Consecuencias patológicas del “coservadurismo”.

La esquizofrenia que el "conservadurismo" hace vivir a sus militantes es de manicomio y esterilizante, pues por sentido de fe no les gustaría dejar pero, por admitir el cambio del contexto católico, terminan dejando tradiciones milenarias que, en la mayoría de los casos, arropan de forma inmejorable la Tradición Apostólica, y que quedan, como consecuencia de esta actitud, sin practicantes ni defensores. No quieren ni les gusta lo que hay en nuestro tiempo pero desean estar en los carros triunfadores y apuestan, con criterios temporales, a lo que creen va a ser el futuro y se olvidan, desgraciadamente, que los caminos del Señor no son nuestros caminos y que no hay tal futuro rompiendo a trompicones con la tradición por seguir el ritmo de los que producen un cisma con la historia de la Iglesia.

La parálisis que fomenta el “conservadurista” es traumática y, a su vez, la transmite al conjunto de la Iglesia. Algunos de sus medios de comunicación, con alegría, comentaban el éxito de los últimos veinte años ya que los católicos pasábamos de mil millones, sin percatarse de que, con respecto a la totalidad de la población mundial, habíamos descendido en nuestra presencia. El espíritu misionero de la predicación a todas las gentes ha cedido su puesto a algunas obras de misericordia, que ya se realizaban anteriormente, y los esfuerzos encomiables nunca se traducen en conversiones [4]; lo único que se fomenta es un diálogo eterno. Por ello, los grupos “conservadores” se fabrican sus propias piscifactorías, aprovechando su entrada en las burocratizadas diócesis y parroquias, burocratización que representa un éxito del progresismo de corte socialista, y crecen mientras el ancho mar queda desatendido en las mareas negras del error. Se convierten, en la vida real, en asociaciones endogámicas.

La influencia en la sociedad de la doctrina católica, que debería ser la gran misión a realizar por el laicado católico como tradicionalmente ha sucedido, desaparece a pasos agigantados. Estos grupos al tener un fondo liberal son incapaces de generar una preocupación seria por lo público en sus dirigidos. Para ellos, no es pecado colaborar con el voto y con otras aportaciones mayores al triunfo de partidos políticos que aprueban el aborto y el divorcio, que son dependientes de la masonería, etc. Sólo, en este contexto, se puede entender el resultado electoral en Chile de hace unos años con el apoyo reconocido de militantes católicos de sacristía, es decir de grupos “conservadores” o “neo-conservadores”.

Conclusiones prácticas.

En conclusión, nuestros hermanos “conservadores” sólo tienen una salida católica: dejando complejos y apariencias volver los ojos hacia la Tradición y las tradiciones que la protegen, que no suponen identificación plena ni con los primeros tiempos ni con unos siglos determinados y sí con el desarrollo de aquéllos y de éstos, sin rupturas, en el discurrir ininterrumpido de la vida de la Iglesia hacia un futuro que se sustenta en el Cuerpo de Cristo que crece pero que siempre es el mismo. Es, aunque parezca exagerado afirmarlo, volver al catolicismo como contexto vital en el que prima, al tiempo que son complementados: el dogma del sacrificio eucarístico por encima de la dimensión asamblearia de la celebración; el sentido de la adoración sobre el aspecto horizontal de una comunidad que dialoga consigo mismo; la recuperación de la superioridad de lo sagrado frente al hombre como centro de la actividad y del culto eclesial; la universalidad antes que nacionalismos disfrazados de falsas inculturaciones; dedicación a la salvación de las almas y no a una burocratización [5] excesiva de parroquias, diócesis y numerosos organismos; querer agradar a Dios y no al mundo; combatir por el reinado social de Cristo; no equiparar la verdad con los errores; fomentar el sentido misionero sobre el grupo cerrado y un largo etcétera que los lectores de esta publicación conocen perfectamente. En otra ocasión veremos como, en toda sociedad, estamos condenados a perder “batallas” importantes gracias a los “conservadurista”que nos han acostumbrado a luchar dentro de las concepciones liberales.

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Luis Joaquín Gómez

Notas

[1] CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Notitiae 1999 (marzo- abril).

[2] “... se comprende la importancia pastoral de la disciplina referida al traje eclesiástico, del que no debe prescindir el presbítero, pues sirve para anunciar públicamente su entrega al servicio de Jesucristo, de los hermanos y de todos los hombres”. CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Carta circular El presbítero maestro de la Palabra, ministro de los sacramentos y guía de la comunidad, ante el tercer milenio cristiano, Ciudad del Vaticano 1999, 38.

[3]El ir a remolque genera situaciones pintorescas. Veamos, la revista30Days comenta que Finlandia ha optado por el Latín en sus comunicados oficiales en la Unión Europea; en la situación hipotética de que este fenómeno se generalizara habría que ver a los conservadores volviendo atrás para “no perder el tren de la historia” y poder seguir dialogando con el mundo, aunque este ejemplo hay que tomarlo con paciencia, si tenemos en cuenta que, en el último Sínodo europeo, ha sido casi suprimido su uso por el desconocimiento del idioma de la Iglesia por parte de los obispos participantes, casi todos conservadores. Y no se olvide que tras las formas hay toda una teología de fondo y el latín es una de las manifestaciones de la universalidad o catolicidad de la Iglesia.

[4] Es curioso comprobar como las conversiones actuales son más producidas por las barbaridades cometidas por las comunidades protestantes del converso que por la predicación del católico. Así ha sucedido con la ordenación de mujeres y, últimamente, con la consagración para obispo de un homosexual en la comunidad anglicana y con la admisión a la comunión antes de ser bautizados en las comunidades reformadas de Francia.

[5] Fenómeno progresista (conservado por los conservadores), imitación del socialismo real, que consiste en la producción interminable de papeles escritos (documentos ilegibles, circulares, comunicaciones, etc.) y reuniones constantes de comisiones, consejos, etc. que consiguen: 1. - que el sacerdote no disponga de tiempo para orar, confesar, visitar enfermos (salvar almas) y 2. - que el laico no construya la Iglesia doméstica o familia dedicándole el tiempo necesario para que, realmente, sea católica.

Argumentos para la Confesionalidad Católica de los Partidos Políticos

El Magisterio de siempre en el que se debe basar cualquier trabajo que trate de la relación "actividad política–compromiso de Fe" viene a afirmar que, cualquier confesionalidad bien entendida y teniendo cuidado con ciertas afirmaciones propias de una clericalizante democracia cristiana, consiste en que se dé el culto obligado a Dios y se inspire el programa del mismo en la doctrina moral católica y, en el caso del Estado, su legislación


Un pasado que por sus consecuencias se hace presente

No son fáciles los tiempos que vive la Iglesia en el Occidente otrora cristiano. Los ataques de que es objeto abarcan todos los medios imaginables. Visitar una librería con las últimas publicaciones, repasar una cartelera de espectáculos u ojear la mayoría de los diarios en circulación nos confirman esta realidad. Parece que esta avalancha de difamaciones está haciendo despertar al mundo católico de un letargo de treinta años, favorecido, en alguna medida, por la propia jerarquía eclesial que no siempre ha afirmado con rotunda claridad que la convivencia con las personas de diversas ideologías no debe suponer la aceptación del sistema que éstas propician. Los males que padecemos son consecuencia de consensos algunos de los cuales han sido iniciativas en cuestiones de principios inmutables de parte de nuestros mal llamados políticos católicos. Por otra parte, durante estos años, muchos que por el cargo que ocuparon en nuestra Iglesia deberían, más de una vez y sin tener por qué aceptar todos sus postulados, haber animado o por lo menos reconocido a aquellos que mantenían en alto la bandera de la confesionalidad de sus agrupaciones y de la unidad católica de España, por el contrario, las menospreciaron o consideraron a sus miembros como exaltados que sólo profetizaban calamidades. Sin embargo, la historia nos enseña, tozudamente, que nada sucede, en el orden político, por azar: En otras palabras, sufrimos los frutos amargos, en el mundo católico, de haber apoyado como lo mejor el mal, mal llamado menor. Defenestrar la confesionalidad de los partidos entra dentro del abanico de posturas adoptadas por los paladines de un mal menor, que a la postre siempre es mayor, del que ha participado no sólo el mayoritario centro derecha sino incluso corrientes de la derecha llamada nacional. Se podría aplicar a ellos la frase del tradicionalista Vázquez de Mella: “¡Ay de aquellos que elevan altares a los principios y cadalsos a las consecuencias!”.

Desgraciadamente, este proceso de acoso y derribo se ha producido desde dos frentes cercanos a los que se presentan como católicos y españoles: el primero hace referencia a aquellos que han estado participando de un signo católico, e incluso dentro de movimientos confesionales, y hoy, en otros grupos, por desánimo u oportunismo, niegan lo que defendieron ayer. Hace años, los altos cargos nacionales de un partido afirmaron, como alguna prensa publicó en su momento, que la derecha nacional debería, para poder estar unida, hacer desaparecer todo tipo de confesionalidad católica en cuanto al Estado y a los partidos que la configuraban, pues el haberla mantenido había hecho mucho daño electoral, dividiéndola. Realizadas estas declaraciones el voto de la derecha nacional no sólo no ascendió un 20 % como esperaban los que así pensaban, sino que generó, además de un definitivo hundimiento electoral, desaliento en aquellos que durante tiempo, han dado la cara y, en algunas ocasiones, la han perdido, por mantener a Dios en el lugar que le corresponde.

Hablamos de dos frentes. El segundo al que debemos referirnos es a unas confusas afirmaciones, en el pasado, de nuestra Jerarquía eclesial. En una concienzuda reflexión del año 86 “Los católicos en la vida pública”, nuestros Obispos alaban la partitocracia e incluso nos invitan a estar integrados en el tipo de asociaciones que le dan vida. El documento, aparte de lo dicho, tiene un interés para los que han confesado su Fe en la actuar político: repite en la teoría lo que pocos partidos minoritarios habían llevado mucho antes a la práctica. El problema en este, por otra parte aclaratorio escrito episcopal, surge cuando, después de incitar a inspirar de cristianismo la política, asevera lo siguiente: “Existen, sin embargo, asociaciones y grupos a los que, aún afirmada su inspiración cristiana en razón de los objetivos pretendidos y de los procedimientos empleados, no cabe atribuirles el calificativo de confesionales. Así sucede con aquellas asociaciones o instituciones en los que los condicionamientos impuestos por las mediaciones humanas, tanto técnicas como ideológicas, la naturaleza de las estrategias a utilizar o el carácter coyuntural de las decisiones a tomar difícilmente pueden justificar el calificativo de cristianos o católicos en su pleno sentido confesional. Es el caso de los partidos políticos, de las asociaciones sindicales u otros semejantes”.

Verdadero sentido de la confesionalidad

¿Qué entiende la reflexión citada por confesionalidad, como para que después de haber alabado a los partidos, los considere como estructuras de difícil justificación para usar el calificativo de cristianos o católicos en el pleno sentido confesional?. Las mediaciones humanas y técnicas de las que habla el documento ¿no existen en otro tipo de asociaciones confesionales?. Ciertamente, no podemos entender la confesionalidad de un partido desde un punto de vista jurídico canónico que es lo que, tal vez, el documento considere como “pleno sentido confesional”. Pero de no ser así, y en coherencia con los argumentos esgrimidos, se podría llegar a justificar que los políticos católicos actúen sin tener en cuenta su ya laxa conciencia religiosa “por el carácter coyuntural de las decisiones a tomar” de muy difícil evaluación, como ya ha sucedido en la aprobación de varias leyes de carácter inmoral. Sabemos que las mediaciones humanas, como cualquier actuación del hombre, son imperfectas pero, por ejemplo, negar a un pecador su catolicidad porque puede ensuciar la imagen santa de la Iglesia es impensable. Si una persona o un movimiento hacen algo reprobable se les corrige. El propósito de inspirar la conducta en la voluntad de Dios no equivale a que la conducta sea perfecta. Pero esto no implica renuncia al buen propósito de la confesionalidad en un sentido amplio. Por otra parte, hay partidos que han demostrado mayor rigor en su profesión de fe que algunas asociaciones de teólogos y que colectivos de varias órdenes religiosas.

El problema reside en el propio término y significado de confesionalidad. Para este documento episcopal: “la exclusión del carácter confesional para estas asociaciones concretas significa que ninguna de ellas puede ser considerada como vía única y obligatoria para la participación de los católicos en sus campos respectivos”. Y esto no está implicado por la confesionalidad ni nadie, en su sano juicio, lo ha afirmado jamás. En tal caso los distintos carismas de los movimientos religiosos ¿se arrogan la exclusividad como vía única para trabajar por el reinado de Cristo?.

Por el contrario, el Magisterio de siempre en el que se debe basar cualquier trabajo que trate de la relación actividad política – compromiso de Fe, como se expone en siguiente apartado, viene a afirmar que, cualquier confesionalidad bien entendida y teniendo cuidado con ciertas afirmaciones propias de una clericalizante democracia cristiana[i] , consiste en que se dé el culto obligado a Dios y se inspire el programa del mismo en la doctrina moral católica y, en el caso del Estado, su legislación. Si culto es el acto por el que el hombre reconoce y acata la suprema excelencia de Dios y su absoluta dependencia de Él, ¿por qué oponerse a la confesionalidad de las asociaciones políticas y sindicales?, ¿no sería más lógico que, teniendo en cuenta un extensivo significado de confesionalidad, la desearan para todos los partidos, sindicatos, aunque estén divididos en lo accidental, y hasta para el Estado? Si repasamos el panorama partitocrático español veríamos que, en los años en que se elaboró el escrito episcopal, sólo existía, de cierta relevancia, un partido confesional ¿No será este el meollo de la cuestión, tener que reconocer que sólo muy pocos manifestaban en las declaraciones programáticas respectivas su dependencia con respecto a la voluntad de Dios?.

¿Consiste tal vez su problema en que al no poder dictar, determinar en la arena política, sienten que sus consejos no van a ser seguidos o podrán ser contestados, como sucede en otros tipos de asociaciones?. En tal caso, la función de la jerarquía eclesial es la de recordar los objetivos morales a los partidos católicos, sin inmiscuirse en su organización o funcionamiento. Es posible, como trasfondo, el reconocimiento de un espíritu clericalizante más agudo, en este campo, en nuestros tiempos pues, en el pasado, las agrupaciones confesionales, sin contar la Democracia Cristiana cuya historia negativa bien conocemos, han estado siempre atentas al Magisterio pero gozando de una autonomía en los asuntos que le eran propios. Lo que no sería coherente es que se admita en el discurrir cotidiano de la vida política una absurda independencia a los católicos que militan en cualquier partido de cualquier confesión ideológica, con disciplina de voto en puntos contrarios a la fe católica, y no se viera con buenos ojos decidir a un grupo de católicos estar unidos para la lucha política. Esto es contradictorio porque en todo este tema hay que recordar que los hombres no sólo considerados individualmente, sino reunidos en sociedad civil, están obligados a dar a Dios el culto que le es debido, dependen de Dios absolutamente, como de su primera causa y fin último para el que han sido creados. Así lo recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica “Los que por la fe y el Bautismo pertenecen a Cristo deben confesar su fe bautismal delante de los hombres”
[ii]. O un partido es confesionalmente católico o es confesional, al igual que un Estado, como se demuestra en la Constitución española y en la futura europea, de otra fe o ideal. Lo contrario es un anacronismo. Siempre hay una escala de valores y esto es confesar alguna doctrina. No existe la neutralidad en este tema y cuando se afirma la misma al poco tiempo la asociación que la pretende es víctima de un alejamiento de la moral y de la Fe católica como hemos comprobado en España en el centro derecha.

Apoyo del Magisterio Eclesial

No podemos luchar por la grandeza de España sin tener en cuenta su unidad católica. ¿Qué España defenderíamos sin su esencia católica?, una España del anti-marxismo y del anti-separatismo y después ¿qué?: una España en la que oscuros intereses de sectas secretas o discretas o corrientes globalizadoras anticristianas o ateos militantes o religiones esperpénticas impusieran la inspiración de la legislación como, en estos momentos, lo hacen las minorías laicistas, los homosexuales y los musulmanes. No se dan cuenta que detrás de la no confesionalidad católica subyace una filosofía política no sólo distinta sino enfrentada a lo que es la concepción política católica y a la tradicional de la verdadera España.

Pensamos, con León XIII y los papas posteriores que gobernaron la Iglesia en tiempos de persecución y de confusión como los actuales, razón de la elección de estos textos plenamente vigentes, que, precisamente, es la confesionalidad lo que borra diferencias y une, frente a los que han renunciado en aras a una pretendida unidad de partidos a los valores permanentes. Afirmaba León XIII, de una forma aclaratoria, en la Encíclica Sapientiae Christianae: “Es indudable que también en materia política existe una lucha honrada: cuando, quedando a salvo la verdad y la justicia, se lucha para que prevalezcan en la práctica las opiniones que parecen más acomodadas al bien común. Por el contrario, la religión ha de ser tenida por todos los partidos como cosa santa e inviolable. Más aún, en la Política, que no puede quedar separada de la moral y de la Religión, se ha de tener siempre presente en primer lugar la intención de servir lo más eficazmente posible los valores del cristianismo. Si el cristianismo se halla en peligro, por las maquinaciones de los adversarios deben cesar al punto todas las diferencias y, con unanimidad de pareceres y voluntades, hay que combatir en defensa de la Religión que es el bien común por excelencia” [iii] . Por tanto, no se trata de aprovecharse políticamente de la Religión, sino de servir a una misma verdad desde la política.

¿A quien podría hacer referencia León XIII, si escribiera estos días?. ¿A los políticos que nos han gobernado durante estos últimos treinta años con la inmoralidad de su legislación o a los que no han dudado en presentarse, desgraciadamente divididos, como católicos?. Creo que ha llegado el momento que el político católico huya de la esquizofrenia de ser católico en la vida privada y lo más oportuno en la vida pública. Lo que nos debe unir es como primer principio Dios.

En este sentido, el mismo Papa, en la Encíclica Inmortale Dei: “Tampoco es lícito al católico cumplir sus deberes de una manera en la esfera privada y de otra forma en la esfera pública, acatando la autoridad de la Iglesia en la vida particular y rechazándola en la vida pública” [iv] . “Porque en una lucha como la presente, en la que están en peligro bienes de tanta importancia, no hay lugar para las polémicas intestinas ni para el espíritu de partido” [v] . Todavía llega más lejos al sentenciar en Au Milieu des Sollicitudes: “Siendo la religión la expresión interior de esta dependencia que debemos a Dios en razón de justicia, se desprende de este hecho una grave consecuencia: todos los ciudadanos están obligados a unirse para mantener vivo en la nación el verdadero sentimiento religioso y para defenderlo vigorosamente cuando sea necesario” [vi] .

La diferencia entre las palabras de este Papa y del Concilio Vaticano II sólo afecta a la forma, pues en la declaración Dignitatis humane se pasa desde la afirmación de que la dignidad humana está en la dependencia del hombre a Dios hasta llegar a recordar que todo pueblo está obligado a tributar culto a Dios.

Podríamos continuar con textos de Pío XI (Quas Primas) o de San Pío X (Encíclica Vehementer Nos), pero vamos a ceñirnos a las palabras que este último dirigió a una representación del partido integrista de Nocedal: “Sostener la tesis católica en España y con ella el restablecimiento de la unidad católica y luchar contra todos los errores condenados por la Santa Sede, especialmente los comprendidos en el Syllabus y las libertades de perdición, hijas del llamado derecho nuevo o liberalismo, cuya aplicación al gobierno de vuestra patria es ocasión de tantos males. Esta lucha debe efectuarse dentro de la legalidad constituida, esgrimiendo cuantas armas lícitas pone la misma en vuestras manos”. Legalidad constituida y armas lícitas como son los movimientos políticos.

La confesionalidad no es incongruente con la autonomía de lo temporal ni afecta negativamente a la libertad de nadie ni mucho menos en un partido al que se apunta quien quiere. Acatar la ley de Dios por la Iglesia no es someter la actividad política a la jurisdicción de la Iglesia.

Al menoscabar con falsas interpretaciones del Concilio Vaticano II, la confesionalidad del Estado hemos hecho desaparecer cualquier atisbo de confesionalidad de las sociedades y de las asociaciones en el campo político. Ya Pablo VI nos advertía de que el Concilio Vaticano II se ha de interpretar desde el contexto del Magisterio anterior, y el mismo Concilio cuando hace referencia a los deberes religiosos de la sociedad civil se remite al Magisterio anterior.

La Iglesia no puede renunciar, porque es el mismo Cristo quien lo manda, a extender, por medios legítimos y en cualquier orden natural, el reconocimiento de su persona en la vida pública. En palabras del ya difunto obispo D. José Guerra Campos: “Con el pretexto de acomodarse a las inciertas previsiones de un futuro secularizado, la Iglesia no puede fomentar el eclipse de Dios; más bien se alegrará de que los pueblos y sus representantes no se avergüencen de confesar a Cristo”.

El deber de confesar individual y colectivamente a Cristo afecta a los ciudadanos en todos los grados de su participación en la vida social.

Premisas falsas de un mal que se impone

La claridad expuesta del Magisterio de la Iglesia se enfrenta radicalmente con la trampa dialéctica liberalista en la que no sólo han caído católicos de a pie sino, salvando las intenciones, eclesiásticos de renombre. Al separar radicalmente la religión de la política, el Estado de la Iglesia, lo espiritual de lo temporal, hemos tropezado en la piedra de dos poderes paralelos que tanto han denunciado los papas anteriores hasta convertir en religión a la política, pues religión es la secularización absoluta del Estado y la sociedad que crea sus propios matrimonios “homosexuales”, o, poco a poco, va propugnado bautizos y primeras comuniones por lo civil.

Veámoslo en el ejemplo de un barco que, hace años, desde las cercanías de Taiwán, intentaba trasmitir mensajes de libertad a la China comunista lo que no sería negativo sino fuera porque el nombre de ese barco era el de la diosa democracia. Cuando la democracia sustituye al único Dios, cuando esta expresión adquiere un valor absoluto, cuando todo atentado a ella es un sacrilegio, cuando llegamos al extremo de que a Dios hay que admitirlo en el contexto social porque lo contrario sería un acto antidemocrático o un atentado a la libertad de expresión o religiosa, entonces Dios sería parte de la Democracia, el Todo de la nada. Habríamos puesto la mentira universal, según Pío XII por encima de Cristo, camino, verdad y vida.

Esta dialéctica, introducida en todos los ambientes, no se puede sostener porque de Dios depende todo. Ahora bien, lo cierto es que predomina este concepto democrático liberal de la sociedad política sobre el concepto católico de la misma y no podemos olvidar que, aceptando el primero, renunciando a la confesionalidad, tarde o temprano, renunciaremos a otros valores, como ha sucedido en una formación que sólo nominalmente hace profesión de humanismo cristiano, debido a que el criterio para orientar la vida política, previamente, había cambiado. La supresión de la confesionalidad católica sólo se puede entender desde el liberalismo agnóstico y las consecuencias del mismo nunca se hacen esperar (divorcio, aborto - píldora abortiva, manipulación de embriones, equiparación de ciertas uniones contra - natura con los matrimonios naturales, eutanasia, ley de educación, inmoralidad en los medios de comunicación, etc.). En el Concilio Vaticano II, como ya vimos, se recuerda, al reafirmar la doctrina tradicional, que todos los derechos están reservados a la Verdad y esto nos legitima no sólo a profesarla desde un partido sino, también, a luchar por la unidad de la España católica.

Según como entendamos a Dios, Ser supremo, y la relación que se ha de tener con Él, se justificará o no la confesionalidad de todo sector social. En este sentido, no cabe duda de que la caída de conceptos e ideas como la profesión de valores eternos e inmutables en todos los ámbitos del asociacionismo es, evidentemente, obra de cierto establishment liberal en la Iglesia en connivencia con las doctrinas secularizantes de nuestro tiempo.

No reconocer que, la mal llamada aconfesionalidad primero del Estado y después de los partidos, que han recomendado algunos sectores de la Iglesia española, ha sido una de las causas fundamentales de la secularización de la sociedad es una estulticia. La queja legítima sobre la secularización de la sociedad en todos sus niveles ha de ser coherente con el reconocimiento del mal generado con la aceptación de una pretendida aconfesionalidad. Si una sociedad se sostiene, descansa sobre unos valores comunitariamente aceptados, al desaparecer esos valores o bien deja de ser sociedad, en el pleno sentido de la palabra, quedándose reducida a un mero juego de individualidades o bien genera otros valores. La actitud de los católicos españoles, en su actuación en lo público, ha dejado un vacío que está siendo llenado más que por un conjunto de valores espirituales por un utilitarismo en el que reina el relativismo y el subjetivismo expresiones de una nueva confesionalidad: la liberal. El querer de los obispos españoles de inspirar desde el catolicismo a la sociedad no se traduce en un poder pues claramente fallan los medios organizativos por una ausencia propuesta por ellos mismos. El lugar teológico del desarrollo de la fe en la vida política es la confesionalidad en todos los órdenes para llegar en un futuro a la recristianización de la sociedad.

El hombre cristiano es, a la vez, sujeto de la ciudad temporal y de la ciudad de Dios. Ambas ciudades tocan profundamente su ser y es imposible separarlas pues son muchos los temas mixtos y muchas las influencias mutuas. El que ha descubierto a Dios tanto cuando está a solas como cuando se agrupa desea que todo se realice según los designios divinos.

Se ha propiciado un error de fondo: estamos asistiendo al triunfo laicista de una ideología que afirma, como mucho, la existencia de un Dios a la medida de los caprichos individuales, despreciando a aquellos que afirman haberlo conocido en la doctrina católica y que sabiendo lo urgente de su misión quieren entroncarlo como rey de toda sociedad humana. El deseo de encerrar a Dios en estrechos límites sin capacidad de inspirar normas objetivas está triunfando en nuestro tiempo, por ello muchos contenidos doctrinales de la Iglesia, cual es el tema de la confesionalidad, que escandalizan a los poderes mediáticos, no son, en absoluto el verdadero motivo del escándalo, sino el hecho de que un determinado número de personas quieran manifestar que su Fe tiene consecuencias en su obrar político.

Por otro lado, estamos, también, en el dominio de una civilización de la imagen y los propios miembros cualificados de la Iglesia, como ha advertido el Cardenal Ratzinger, miran en exceso la imagen que el mundo tiene de la Iglesia y aquello que pueda ser antipático a aquel, en este sentido enemigo del alma, lo ocultan o lo esconden. No debemos olvidar nuestro deber impuesto desde lo Alto de trabajar por el Reinado de Cristo en la tierra, como preámbulo del reinado eterno. No se trata de ver tanto lo que interesa a las corrientes de moda pasajeras como de ver que es lo fundamental para este reinado. No es difícil sucumbir en la trampa de la Imagen, en la que han caído grupos católicos y sectores eclesiales. Miremos al Señor, cuando la muchedumbre abandona a Jesús porque decía cosas demasiado duras como para ser oídas, Él no pensó cual fue el error cometido. Él no fue detrás de los que le escuchaban para decirles que no le habían entendido o que estaba dispuesto a ceder o cambiar la parte polémica del discurso o del programa, sino que preguntó a sus discípulos ¿También vosotros queréis iros? Y hoy podría repetir esta pregunta.

Pío XII, en Ecce Ego, año 1954 dijo: “También la verdad especialmente la cristiana, es un talento que Dios pone en manos de sus siervos para que con su trabajo fructifique en obras de bien común. A todos cuantos se hallan en la posesión de la Verdad, Nos querríamos, antes que lo haga el eterno juez, si han hecho fructificar aquel talento, de modo que merezcan la invitación del Señor a entrar en el gozo de su paz. ¡Cuántos, sacerdotes y seglares, deberían sentir el reconocimiento de haber, por el contrario, enterrado en su propio corazón este y otros bienes espirituales a causa de su indolencia”[vii] . La profesión de Fe no puede reducirse al ámbito del corazón, haber enterrado la natural confesión pública en el recinto de lo privado es uno de los mayores pecados de nuestro actual catolicismo acomplejado e indolente.

Futuro de un partido confesional en España

Tal vez, la sociedad española retornará a lo espiritual y esgrima de nuevo los valores trascendentales. Entonces buscará un referente y la tradicional crisis de la identificación de los electores con los partidos se hará más aguda y relevante, la pérdida de inserción social de los partidos se agrandará pues ninguno podrá satisfacer las demandas más profundas que aletearán en lo hondo de nuestro pueblo. En ese momento los movimientos confesionales podrán decir con valentía aquí estamos a vuestro servicio y, como está sucediendo desde hace veinte años en países del Este, como Polonia y la República Checa, la Jerarquía eclesiástica pedirá que los cristianos voten por los partidos, coincidentemente católicos confesionales, que positivamente propugnen el bien, sin concesiones a un ya rechazado mal menor.

Si combatimos por rescatar a España de sus cenizas, tendremos que hacerlo redescubriendo que dio origen a nuestra Nación y si lo que la generó fue un accidente cultural de tipo religioso que, combinadas las circunstancias históricas, pierde todo interés o, por el contrario no fue tal accidente sino que la misma religión constituye su esencia brotando y estructurando desde la sociedad una nueva organización política. Si fuera lo primero el mandato del Magisterio seguiría vigente pues toda sociedad ha de rendir culto a Dios, pero sabiendo que fue lo segundo además de este deber habría de tener en cuenta que fuimos dados a la luz como comunidad, precisamente en el cumplimiento de dicha obligación.

Un cambio paulatino y progresivo desde lo jurídico constitucional hasta las costumbres populares ha producido una transformación de la sociedad religiosa en una sociedad secularizada. La religión está cada vez menos presente en todos los estratos sociales y cuando lo está queda reducida a una simple expresión cultural.

Los católicos serán a ser cómplices de este proceso de reducción, si renuncian definitivamente a la confesionalidad religiosa. La única forma de recuperar un Estado católico es volviendo a reconquistar a la sociedad para la religión. Los pasos a dar son de cierta lógica: empezar por los mismos católicos, por sus círculos y dentro de estos el político. Por fines y por medios las asociaciones, especialmente las políticas, deben ser confesionales. Si la comunidad política ha dejado de ser confesional se hace necesario un movimiento católico que nos recuerde cuáles son los deberes de la misma para con la voluntad de Dios.

La necesidad de defender los más elementales valores, emanados del orden natural de las cosas, ante los ataques de que son objeto puede hacer cambiar la hasta ahora equívoca actitud de los católicos. La aparición de publicaciones como la revistaAlba, con notable éxito inicial, en defensa de los citados, la toma de posición más decidida de las ya existentes y una mayor unidad de criterios y de actuación en la Jerarquía católica anima a los cristianos de a pie a la fundación de nuevas formaciones políticas más preocupadas de lo esencial para el bien común, en una sociedad sana, que de la mera conquista de votos para perpetuarse en el poder. Es posible que haya llegado el momento en que no se cuestione la oportunidad de la confesionalidad católica de determinados tipos de asociaciones ni mucho menos las razones doctrinales y magisteriales que han dado vida a las mismas. En este orden de cosas, una revista, en las antípodas de cualquier atisbo religioso, consideraba al nuevo partidoAlternativa Española como confesionalmente católico lo que, ciertamente, responde a su declaración programática[viii] y a las afirmaciones de sus líderes, en la línea de lo argumentado en estas páginas. Esta iniciativa a la que animo responde a aquella invitación de León XIII en la ya citada Inmortale Dei: “no querer tomar parte alguna en la vida pública sería tan reprensible como no querer prestar ayuda alguna al bien común. Tanto más cuanto los católicos, en virtud de la misma doctrina que profesan, están obligados en conciencia a cumplir estas obligaciones con toda fidelidad. De lo contrario, si se abstienen políticamente, los asuntos públicos caerán en manos de personas cuya manera de pensar puede ofrecer escasas esperanzas de salvación para el Estado”[ix] . La fidelidad de este tipo de partidos a los principios católicos evitará la deriva anticristiana que el centro derecha ha sufrido, no tanto por deslealtad, que la habido en cada uno de sus representantes a los citados principios, como por no haberlos profesado nunca en su declaración programática.

Para terminar será bueno acudir al Papa Pío XI que en su encíclica Dilectissima Nobis decía: “recomendamos de nuevo y vivamente a todos los católicos de España que, dejando a un lado lamentos y recriminaciones y subordinando al bien común de la Patria y de la Religión todo otro ideal, se unan todos, disciplinados para la defensa de la fe y para alejar los peligros que amenazan a la misma sociedad civil”[x] .

En España esta defensa de la Religión por fe supone la confesionalidad, y por historia y esencia la unidad católica. Por tanto siguiendo a los Papas todo movimiento político que no quiera caer en el olvido de los valores cristianos debe ser confesional y la unidad entre los distintos partidos se ha de buscar evaluando, en primer lugar, la catolicidad de sus principios. Nos legaba como programa Juan Pablo II, en una de sus visitas a nuestra Patria una idea que, ahora, también aplica a Europa: España sé tú misma, no renuncies a tus raíces cristianas.

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Luis Joaquín Gómez J.

viernes, 5 de junio de 2009

Amor a Cristo y misión del cristiano en el mundo

 

Joaquín Jaubert. 5 de junio. El amor a Jesucristo, la amistad con Él, implica cumplir con determinados preceptos al decir  del mismo Señor: “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama” (Jn 14, 21),  “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando” (Jn 15, 14). Además, hay una imposibilidad de ruptura en la relación de amor con Cristo cumpliendo su voluntad “Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor” (Jn. 15, 10).  Jesús, en sus últimas palabras, añade una proyección social más explícita que se relaciona con su último mandato “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio” (Jn. 16, 15).  Ésta es una misión que está encomendada a todos lo cristianos.

Dentro de la misión común, cada discípulo de Jesús va concretando el modo de cumplir con ella según estados de vida, circunstancias, etc. Conocemos el diálogo de Cristo, después de resucitado, con san Pedro (Jn. 21, 15- 19), que especifica con toda claridad no sólo su particular responsabilidad, y la de sus sucesores, sino el orden de prelación de la relación personal con el Señor y la misión. Por tres veces le interroga sobre el amor hacia su divina persona ¿Pedro me amas? La repuesta del apóstol es clara y pronta. A la que Jesús añade como mandato apacienta mis ovejas. Primero el amor, luego la misión. Porque me amas te encomiendo mi rebaño. Todos aquellos que aman al Señor han de cumplir con una misión. La de san Pedro está bien definida, pero ¿y la nuestra?

En este querer cumplir con la voluntad de Jesús, con la misión que nos encomienda, encuadramos todo nuestro quehacer en el mundo, en la sociedad. Igual que el amor de Dios impregna toda nuestra realidad, el amor al Dios encarnado, muerto y resucitado, ha de empapar la actividad de cualquier cristiano comprometido. No se puede dejar de ser cristiano en ningún aspecto ni por atraer simpatías ni por querer consensuar con el mal objetivo. Los mártires son un buen testimonio del deseo de nunca posponer la voluntad de Dios a la de la veleidad mundana. Por todo ello, hemos de tener clara la idea de que un abogado o un médico o un albañil o un político no dejan de ser católicos en el cumplimiento de sus deberes personales, familiares, laborales y sociales. No es un profesional católico sino mucho más un católico que realiza una determinada profesión. Lo sustantivo es su condición de católico.

El amor a Dios no puede tener, en mi existencia, compartimentos estancos, lo amo en todo lo que hago y, en consecuencia, cumplo con su Voluntad. La peligrosa división, que muchos realizan entre su vida privada, plena de religiosidad, con respecto a su vida pública donde tienen más fuerza las corrientes de pensamiento relativistas en boga, no deja de ser perversa. Los llamados políticos católicos, que conviven y gobiernan con leyes totalmente contrarias al orden natural de la creación, al Evangelio y al Magisterio Católico, son buena muestra de lo expuesto.

No me extraña, por tanto, que, ante tanta claudicación en sus deberes de los políticos católicos de los partidos mayoritarios, se haya alzado la voz de católicos de toda condición y pertenecientes a un amplio espectro de carismas religiosos, en un manifiesto, apoyando a unos católicos que desean actuar en política para cumplir con una misión más, pero importante, que entra dentro del mandato del Señor de Evangelizar todas las realidades desde la Caridad. No son poseedores sino servidores de la Verdad, no imponen sino proponen unos valores y principios, no intentan agotar lo que es inagotable sino poner su granito de arena, y todo ello en medio de una gran crisis moral. Entre los firmantes del manifiesto, he descubierto hasta algún sacerdote. Como escribiría, en su día, el entonces Arzobispo Pamplona Mons. Sebastián, un grupo de personas que quieren ser testimonio de su Credo y de la Doctrina Social de la Iglesia han de contar con el respeto de todos. Creo que AES (Alternativa Española) se ha ganado estos apoyos merecidamente. Que Dios les ayude a mantener la batalla por la vida, la familia, las raíces cristianas de nuestra civilización desde el amor a Dios, a su Voluntad y a la misión que Jesús nos encomienda a todos.