Joaquín Jaubert. 28 de noviembre.
Resulta cuando menos digno de analizar como en una sociedad democrática, que hace profesión de tolerancia, aumenta la violencia en todos sus ámbitos. Es cierto que estábamos acostumbrados, en el pasado, a una profusión de la violencia de las que teníamos conocimiento en los noticiarios cuando hacían referencia a determinadas naciones o culturas. En este contexto, no hay nada nuevo bajo el sol. Así lo demuestran, los continuos llamamientos del Santo Padre pidiendo el cese de este fenómeno en lugares habituados al mismo pues no hay día que los titulares de los periódicos no reflejen esta realidad.
En los discursos dirigidos a las víctimas y verdugos, alguna vez el Papa condena la violencia en la India o en el Líbano, o se solidariza con los caldeos o los armenios por la escalada persecución contra los cristianos; en otros, señala alguno de los orígenes profundos de la violencia que son aplicables a nuestra sociedad occidental y a toda época histórica. Por ejemplo, refiriéndose a Tierra Santa afirmó que “Orgullo y egoísmo alzan muros de odio y violencia”. Recientemente, en Australia dirigiéndose a los jóvenes de todo el mundo hablaba de las concomitancias de estas actitudes con otros aspectos negativos del mundo contemporáneo en una degradación que se produce no sólo en el planeta sino también en el ser humano "a través del alcohol, las drogas y la exaltación de la violencia y la degradación sexual, a menudo presentada como un entretenimiento en la televisión y en internet".
Pero la doctrina de la Iglesia, al contrario de la mantenida por los políticos al uso y los medios de comunicación social, no hace compartimentos estancos a la hora de valorar un tipo desgajándola de todas las demás manifestaciones de la violencia. Es curioso como todos los días nos recuerdan la violencia llamada de género, ahondando sólo en medidas represivas o preventivas próximas de una total ineficacia como demuestran las estadísticas. Nadie se pregunta el motivo de que el ascenso de este tipo de violencia corra paralelo al del comienzo y desarrollo del divorcio con todas las situaciones traumáticas que genera y que han quedado grabadas en las generaciones que luego más han maltratado o del aborto sobre el que Benedicto XVI se preguntaba "cómo puede haberse convertido en un lugar de violencia el más maravilloso y sagrado lugar humano, el vientre de la mujer". La cultura de la muerte, de la destrucción de las instituciones naturales y de la infidelidad, derivadas del egoísmo que denuncia el Santo Padre, propicia la generalización de la violencia en todas sus manifestaciones.
Sin embargo, siendo cierto todo lo hasta aquí afirmado es en la siguiente aseveración del Pontífice donde se encuentra la última raíz de este mal al señalar que existe "algo siniestro que nace del hecho de que la libertad y la tolerancia están separadas a menudo de la verdad". "Esto está alimentado por la noción, ampliamente sostenida en la actualidad, de que no existe una verdad absoluta que guíe nuestras vidas", explica el Papa, ya que "las experiencias a las que se desnuda de lo que es bueno y de la verdad, pueden conducir no a una libertad genuina, sino a una confusión moral o intelectual". No es de recibo negar que de unas premisas como las expuestas se deducen unas terribles conclusiones y, por tanto, negar a su vez, que la confusión sobre lo bueno y lo verdadero distorsiona la capacidad de discernimiento de la persona que no descubre en la violencia injustificada su intrínseca maldad.
Al final, tenemos que constatar que la continua tendencia de los poderosos a crear una humanidad basada en sus propias ideas totalitarias, en tanto quieren abarcar todas las dimensiones del ser humano, que violentan el orden natural de las cosas sólo puede acrecentar la violencia de todo género. España es buena muestra de ello. A nosotros nos toca la tarea, que recordaba el Papa al exponer el pensamiento de Tertuliano, de vivir con la idea de que «el martirio y el sufrimiento son más eficaces que la crueldad y la violencia de los regímenes totalitarios».
Fuente: Diarioya