Joaquín Jaubert. 5 de diciembre.
Siempre ha sido mi deseo evitar, en mis artículos, pronunciamientos políticos fuera de los que propicia el Magisterio de la Iglesia en torno a los principios inmutables del orden natural de las cosas, el derecho a la vida, la protección de la familia, etc. Creo continuar en esa primera intención en mi opinión abajo expuesta. Hoy tocaba otro escrito, pero leídas las declaraciones de una ministra, recogidas en este periódico, no puedo dejar pasar la oportunidad de escribir un segundo capítulo del artículo de la semana pasada.
Cito parte de la noticia: “Durante la inauguración de las jornadas 'Las mujeres bajo la dictadura franquista', organizadas por la Fundación Pablo Iglesias, la ministra explicó que el problema de la violencia machista "guarda relación con la herencia de un pasado en el que las mujeres no eran ciudadanas de pleno derecho".
Repito que no se pueden hacer continuamente compartimentos estancos con el tema de la violencia, convertido en un fenómeno cotidiano en todos los ámbitos de la vida social. Datos objetivos con respecto al pasado son las estadísticas oficiales sobre la delincuencia que aumenta a un ritmo vertiginoso con las cárceles y las calles llenas de violentos de todo género. Padres e hijos (incluidas madres y niños abortados), traficantes de droga y drogadictos, profesores y alumnos, maridos y esposas y más entre concubinos y concubinas, compañeros de colegio entre sí, bandas organizadas, racistas de una y otra raza, ultras del fútbol, separatistas, terroristas, y un casi interminable etcétera. A todo ello habría que sumar las escenas, el tono y el doblaje de las películas, mucho más violento que el leguaje utilizado en el idioma original, amén de las expresiones de los políticos y de los medios de comunicación.
Recuerdo tres tipos de anécdotas de mi niñez. La primera, tiene que ver con mi afición infantil y juvenil al fútbol, hoy superada. No se borra de mi memoria la actuación del público asistente que, en el máximo de su enfado, lanzaba almohadillas al terreno de juego; sólo había dos policías y ambos leyendo el Marca. Un famoso sociólogo, hoy convertido a la sensatez, llegó a afirmar que dichos lanzamientos estaban motivados por la represión política y que acabarían con el advenimiento del nuevo sistema. Al llegar tan esperado momento, hubo que hacer uso de vallas, fosos, y policías armados de escudos, cascos, porras, etc. sin poder evitar una violencia mayor cada jornada. La segunda, el viaje de fin de curso realizado a Madrid en los años setenta, tenía 15 años, al igual que mis compañeros, y los Hermanos de la Salle permitieron que estuviéramos solos por la calles de la capital hasta las cuatro o cinco de la madrugada, no había temores de violencia contra nosotros ni policías vigilando para reprimirlos. La tercera, aunque la película se estrenara años antes, los comentarios de mis mayores escandalizados por la bofetada que le da Glenn Ford a Rita Hayworth en la película Gilda, lo que se consideraba inadmisible en la mentalidad de la época. No hago ningún comentario más del cine actual y las imágenes que nos ofrece.
Violencia siempre ha habido, pero más hoy que ayer, teniendo en cuenta incluso la llamada de género. No defiendo un sistema político, sino una mentalidad social, en parte debida al sistema que siguiendo las directrices de la Iglesia fomentaba la reconciliación, el perdón, el amor a la Verdad y la honradez. No había bolso que perdiera una señora que no fuera encontrado con el total de su contenido, sea dicho de paso. En definitiva, en todos los órdenes de nuestro occidente actual vivimos de contravalores, de una contracultura en apogeo, y de unos malos principios sostenidos por los poderes dominantes.
Aquellas palabras del tribuno de la tradición que afirmaba “ay de aquellos que elevan altares a los principios y cadalsos a la consecuencias” sigue manteniendo su vigencia. O retomamos el respeto al orden natural de las cosas y a una moral objetiva o señora ministra estamos abocados a ser víctimas de cualquier tipo de violencia.