Ante la avalancha de injustos ataques, contrarios a la verdad y a la caridad, al Vicario de Cristo por su labor en pro de la comunión en la Iglesia recordamos, especialmente a algunos sedicientes teólogos, y además sediciosos, algunas verdades de Fe, en referencia al Siervo de los siervos de Dios, que nunca aparecen en sus reflexiones: Nuestro Señor constituyó a Simón piedra sobre la que edifica la Iglesia. Le dio las llaves de la misma y lo nombró Pastor del rebaño universal. Conciliar el amor de Caridad y la única Verdad es la tarea de quien es llamado a apacentar las ovejas y confirmarlas en la Fe. En este sentido, Benedicto XVI en una meditación sobre el servicio a la comunión afirmaba que “la Iglesia del amor es también la Iglesia de la Verdad, entendida sobre todo como fidelidad al Evangelio confiado por el Señor Jesús a los suyos”. Podríamos decir, aprovechándonos de lo sentenciado para el matrimonio, que lo que Dios unió en la Iglesia no lo puede separar ningún hombre ni mucho menos un papa garante de la unidad.
La interrelación entre estas dos realidades es tal que la falta de una termina afectando irremediablemente a la otra, fenómeno del que muchos hemos sido testigos en las últimas décadas amén de lo que los conocimientos históricos nos puedan aportar de otras épocas pasadas. No es de extrañar que una de las consecuencias lógicas de la ruptura entre Caridad y Verdad influya en la unidad por lo que el Santo Padre quiso destacar en una de sus reflexiones que “es un preciso deber de quien cree en la Iglesia del amor, y quiere vivir en ella, interrumpir la comunión con quien se ha alejado de la doctrina que salva”. Aquel que fue encomendado por Jesucristo a pastorear Su rebaño observa y denuncia el peligro de los que envenenan y de los que por no actuar a tiempo, en coherencia con su Fe, son envenenados así como la responsabilidad de aquellos que están llamados a recordar estas verdades desde sus servicios de gobierno en la Iglesia, en palabras suyas “el don de la comunión es custodiado y promovido particularmente por el ministerio apostólico, que a su vez es don para toda la comunidad” o “la familia de los hijos de Dios para vivir en la unidad y en la paz, tiene la necesidad de quien la custodie en la verdad y la guíe con discernimiento sabio: es esto lo que realiza el ministerio de los apóstoles”.
El servicio a la Comunión a partir de la Caridad y de la Verdad, nos lleva a descubrir que “la fraternidad cristiana nace del ser constituidos hijos del mismo Padre por el Espíritu de verdad”. Querer basar la fraternidad, al estilo mundano de los que olvidan la Paternidadde Dios que nos hace hermanos, en una ideologización de la Fe, es abocarla al fracaso como se ha demostrado en varias intentonas de nuestra historia reciente. Es como querer, también iniciativa de nuestro tiempo que hace de la democracia una religión, afirmar una verdad por el número de asentimientos que la respaldan a lo que el Sumo Pontífice responde en otra excelente meditación recordando que “la verdad encuentra la fuerza en sí misma y no del consenso que recibe”.
El ser garante de la Verdad, sitúa al Papa no sólo como quien habla a los suyos, sino como Vicario de Cristo que, al igual que su maestro, se dirige a todos especialmente a los que gobiernan el mundo, muchas veces atentando contra la mismas verdades que la naturaleza de las cosas manifiestan, posición que le avala para afirmar: “las relaciones entre Estados y en los Estados son justas en la medida en que estas respetan la verdad. Cuando, en cambio, la verdad es ultrajada, la paz es amenazada, el derecho viene comprometido, entonces, con lógica consecuencia, se desencadenan las injusticias (…) Estas injusticias asumen también muchos rostros: por ejemplo, el rostro del desinterés y del desorden, que llega a lesionar la estructura de aquella célula originante de la sociedad, que es la familia; o también el rostro de la prepotencia o de la arrogancia, que puede llegar al arbitrio, haciendo callar a quien no tiene voz o no tiene la fuerza para hacerse escuchar, como ocurre en el caso de la injustita que, hoy, es tal vez la más grave, o sea, aquella que suprime la vida humana naciente”.