Muchas veces se antoja difícil, cuando estamos ante la imagen de un santo o de una santa, pensar en que, como seres de carne y hueso, durante su vida también fueron pecadores. Sobre los errores morales cometidos por estos hombres y mujeres de vida ejemplar, necesitados de la misericordia del Señor, hay poco que añadir. Pero de lo que deseo tratar es de las acusaciones de pecados inexistentes, inventados por las imaginaciones perversas, que constituyen parte importante de las tribulaciones y de la configuración de la santidad de estos fieles discípulos de Cristo.
Enfermedades del espíritu, provenientes de todo lo que pueda comenzar por el prefijo ego y que, en una natural y necesaria alianza con los pecados capitales, se complican con posteriores psicopatologías que hacen difícilmente conscientes actitudes contra casi todo lo positivo y bueno que les rodea. No es extraño, por tanto, que en torno a todos los santos haya un enjambre de personajes, incluidos clérigos, religiosos y seglares comprometidos en la pastoral eclesial que colaboran, activamente, con sus pecados de palabra y de obra a la santificación de aquéllos.
Si repasamos algunos aspectos de la vida de unos pocos santos y beatos y de otro tanto de hombres y mujeres, fundadores de recientes obras apostólicas, cuyos procesos de beatificación se encuentran en distintas etapas de desarrollo o que, incluso, todavía entre nosotros nos hacen testigos de un tipo de persecución que, iniciada casi siempre fuera de los muros de la Iglesia pero con repercusiones intraeclesiales, contemplamos como se convierte en especialmente dolorosa fuente de santificación para sus protagonistas.
Creo que sus ejemplos pueden servir de meditación, en orden a la propia santificación en el perdón y la humildad, a todos los fieles católicos, clérigos y laicos, que sufren la calumnia y la difamación de los que no pierden ninguna ocasión para cebarse en los hombres y mujeres de Dios y, desgraciadamente, de los cómplices hijos de la Iglesia. Pero, también, a estos últimos que realizando rápidos juicios u otros más elaborados por su falta de santidad o haciéndose eco de lo que “me han dicho” colaboran activamente con el espíritu del mal y con los enemigos de la Iglesia. La oración aparece, una vez más, necesaria para los unos y los otros pues no nos quepa la menor duda que los arrepentimientos y las retractaciones de muchos en sus falsas acusaciones han dependido, en gran parte, de la oración y el ejemplo de los propios afectados. En este sentido, son programáticas las palabras de San Pedro: “Vuestra conducta entre los gentiles sea buena; así, mientras os calumnian como si fuerais criminales, verán con sus propios ojos que os portáis honradamente y darán gloria a Dios el día que Él los visite” (1 P. 12). “...para que en aquello mismo en que sois calumniados queden confundidos los que denigran vuestra buena conducta en Cristo; que mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal” (1 P. 16-17).
Por otra parte, la importancia, desproporcionada, que los actuales medios de comunicación conceden a la difusión de cierto tipo de noticias, sin contrastar y sin posible respuesta en los mismos espacios, atentatorias a la buena fama y las campañas orquestadas, sistemáticamente, contra miembros destacados de la Iglesia sin otro fin que la destrucción de ésta, hacen tremendamente actual el tema que tratamos.
La persecución a la Iglesia en España va cobrando tintes dramáticos que abarcan a todas las edades y capas sociales. La cultura de la muerte, la destrucción de la familia y de la juventud y un largo etcétera no podrán imponerse sin una correspondiente desautorización de la Iglesia católica, de su jerarquía y de sus fieles. Cualquiera que ose protestar y luchar contra la degradación a la que nos quieren someter se va a topar con la difamación y la calumnia. Por todo ello, comencemos a prepararnos desde la santidad pues sólo la gracia de Dios nos puede hacer permanecer en la Verdad. Imitemos a los santos que siempre fueron valientes y soportaron toda clase de denigraciones porque sabían que con Dios todo se puede.