Luis Joaquín Gómez Jaubert. 24 de Octubre.
O hacemos desaparecer los símbolos cristianos o les cambiamos su contenido parece ser la finalidad que persiguen los enemigos de Cristo. No hemos comenzado el adviento y los comercios comienzan a presentar un exterior navideño. El ritmo litúrgico de nuestras celebraciones cristianas, en la calle, va siendo sustituido por intereses comerciales de la misma manera que las fiestas marianas y las de muchos santos sufren variaciones hasta de meses con respecto al día propio, según las comisiones organizadoras crean que es mejor para compaginar con las manifestaciones populares en las que en nombre de la Virgen se pierde la virginidad y en nombre de los santos la santidad. No sé que solución tiene este fenómeno, pero a este paso se celebrarán las tradicionales fiestas católicas sin contenido religioso y sin concurso de la Iglesia. En este contexto alejado de una verdadera Fe, la segunda opción del enemigo es hacer desaparecer todo símbolo por lo que es posible que nos tengamos que volver a enfrentar, como años pasados, a otras tendencias aparentemente contrarias por su radicalismo a las descritas pero, en el fondo, coincidentes en la lucha por desmembrar lo que de católico queda en la sociedad española. He querido titular este artículo como lo he hecho, haciendo referencia al proceso inverso a la historia que se ha querido seguir en este tendencia. Comenzaron retirando los crucifijos en los centros oficiales y colegios por ser (no hay ninguno que lo sea) nuestro Estado aconfesional para terminar con los belenes. Incluso, temporalmente, en instituciones eclesiásticas con motivo de la estancia o visita de creyentes musulmanes se ocultaron símbolos cristianos.
Somos testigos de cómo en estos últimos años le ha empezado a tocar el turno a los Belenes. Los contados casos de actitudes anti – navideñas de algunos directores de centros escolares, con la justificación de algún Gobierno autónomo, no son más que el inicio de una guerra con varios frentes. Lo llamativo de este tipo de noticias nos lleva a aprovecharlas para denunciar una mayor y más sibilina campaña contra el verdadero contenido y sentido de estas fechas y de todo lo religioso. Ciertamente, esta tarea diabólica no es de un día sino de muchos lustros. Ya en el año 2000, refrendado por una reciente estadística, se afirmaba en Gran Bretaña que tan sólo el 8% de los niños británicos asocia la Navidad con el nacimiento de Jesús. El estudio, realizado por la agencia Media Com TMB, entrevistó, en aquél entonces a 1.200 niños y adolescentes en edades entre los 8 y los 16 años. Según sus conclusiones, el 67% de los entrevistados identificó el 25 de diciembre con Papá Noel. Otro estudio de la misma agencia, en el que tiene en cuenta edades inferiores, explica que el 77% de los niños británicos entre 7 y 9 años cree en la existencia de un viejecito vestido de rojo y con una abundante barba blanca. España, por lo que se puede observar en comercios y casas particulares va siguiendo a distancia esta corriente. El pobre San Nicolás, amigo de los niños, estará contemplando como lo han reducido a un simple objeto utilizado para vaciar del misterio cristiano a la Navidad. En cualquier caso, lo que nos ha de preocupar es que estamos dentro de un contexto social que se ha venido a denominar “cristofóbico” y que incluye, desgraciadamente, todos los días del año.
Que el consumismo va a dominar estas jornadas y que, en muchas familias, ya no se distinguirá la celebración de la Noche Buena de la correspondiente a la noche vieja es fácil de constatar. Las advertencias del Santo Padre y de la jerarquía eclesiástica en general no son competencia contra una cascada de anuncios comerciales y modas en los modos. Todos lo buenos deseos de paz, perdón, amor, unidad en la familia y un largo etcétera no llegan a buen puerto cuando no están sustentados en el amor de Aquél que siendo Dios se hizo hombre para salvarnos. El materialismo y el hedonismo circundante, acentuado en este tiempo navideño, no pueden constituirse en baluartes, en pilares de valores espirituales como los arriba reseñados. Están enfrentados por su propia naturaleza a la Buena Noticia que anunciaron los ángeles. Sólo sirven para adornar el egoísmo y el deseo enfermizo de poseer más y más sin necesidad, contravalores contemporáneos que, como pan y circo, fomentan nuestras autoridades
Por ello, aprovechando las luces callejeras me adelanto también pidiendo que reflexionemos y nos preparemos cristianamente a las fiestas. Aunque entiendo que lo que voy a escribir a continuación es fácil como consejo el católico debe luchar para no dejarse arrastrar por estas corrientes de vida porque, también, manifiestan un pensamiento que arremete contra nuestra Fe. Nada de lo que sucede en este terreno es casual, más bien al contrario está fríamente planeado en orden a destruir los símbolos y valores cristianos que, todavía, subsisten en nuestra sociedad. Por tanto, animo a todos los lectores a recuperar su asistencia a todas las celebraciones solemnes de estos días; a rezar en casa bendiciendo la mesa y explicando a los menores el origen de nuestra alegría; a no abandonar la realización de belenes o nacimientos, por simples que sean, sin mezclarlos con otras imágenes que no hacen referencia al nacimiento de Jesús; a enseñar villancicos y a cantarlos en familia; a enviar felicitaciones, postales -con los personajes y los motivos del Verbo encarnado-, sms, emeils con un texto que haga referencia al Niño Dios, huyendo de las cursiladas babosas que abundan, en los últimos años, y de la chabacanería de otros; a solidarizarnos con los más pobres, ayudándoles en sus necesidades; a no tener más detalles materiales que los que requieren la manifestación del amor y la alegría de los niños. En otras palabras, ¡hay que gastar menos y amar más!
Fuente: Diarioya