La Iglesia constitutivamente por decisión fundacional de Jesucristo es misionera y, en la cruz, mártir. Dos realidades inseparables pues en el inicio de la predicación ya acechaba la persecución y la muerte de los que anunciaban el Evangelio de Nuestro Señor. Buen ejemplo de ello fue el destino final de la mayoría de los Apóstoles, de muchos de sus discípulos del y de la casi totalidad de los primeros cincuenta Papas.
Este domingo celebraremos el DOMUND, la jornada mundial de las misiones. Apartarnos de la dimensión misionera de la Iglesia es una tentación que ha estado presente en los últimos cuarenta años en algunos ambientes que se tienen por católicos. Un respeto debido a toda persona se ha transformado en una aceptación total de lo que profesa la misma. Leo en una hoja parroquial: “Respeta todas las religiones; cada hombre tiene derecho de escoger el camino que prefiere; respeta la libertad de credo en los otros; no discutas ni procures sacar a nadir del camino que se trazó…”. Hace años, en un reportaje televisivo, dos miembros de una conocida congregación religiosa afirmaban que su misión no era convertir al cristianismo sino enseñar a practicar bien la religión que ya tenían sus “misionados”. La compatibilidad de estas expresiones es imposible de encajar con el mandato de Nuestro Señor: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes,…”. Es más sólo en un contexto misionero se da en toda su integridad el respeto a la dignidad de la persona que, precisamente, me impele a anunciar el Evangelio. El único Salvador, el único camino de salvación así me lo pide. Por lo menos que todos sepan que Cristo es el Dios encarnado que murió para redimirnos. Toda persona tiene derecho a conocer a Cristo, derecho que se corresponde con el también derecho y, a la vez, deber de darlo a conocer por parte de la Iglesia.
Gracias a Dios, a pesar de los citados ambientes nada evangelizadores, se están produciendo muchas conversiones allá donde los misioneros actúan. Noticias llegan de Mongolia, por ejemplo, donde su prelado recordaba que cuando los primeros misioneros católicos, un belga y dos filipinos, llegaron a Mongolia en 1992, prácticamente nadie había oído hablar de Jesús y hoy se multiplica el número de los seguidores de Él, que se revela como Verdad y Vida.
No quiero terminar este artículo sin retomar la idea inicial de la unión, plasmada en la historia, de la misión y el martirio. China con 150.000 conversiones anuales nos sirve para dar razón del título de este artículo pues su Iglesia es, al tiempo, misionera y mártir. Algunos católicos clandestinos tienen que recorrer 300 Kilómetros para asistir a la celebración de la Santa Misa. En este sentido, es indicativo el hecho de que, en donde la persecución religiosa busca la desaparición del catolicismo, éste crezca por el sentido misionero de los que sufren discriminación por su Fe cuando podían estar, tranquilamente, descansando en el respeto a los que profesan el ateísmo o cualquier credo.
No cesan de llegarnos noticias de la falta de libertad que padece la Iglesia en la mayoría de los países islámicos o en la India, muchas veces con brotes de violencia. Sirvan de ejemplo las denuncias recientes del Obispo Auxiliar de Bagdad sobre las masacres que se perpetran contra los cristianos en Irak o las del Arzobispo de Bhopal (India), con la profanación y destrucción, por parte de los hindúes de 149 iglesias, el incendio de 4.640 casas, dejando sin hogar a 53 mil cristianos, 18 mil heridos y más de 50 muertos.
Contemplando el panorama del mundo occidental otrora cristiano, no podemos dejar de preguntarnos si el huir de cualquier modo de sufrimiento o martirio no está relacionado con nuestra pérdida de sentido misionero. La mayoría de nuestros católicos no practican y los que sí lo hacen su Fe no sale de las paredes del templo o del confortable hogar. En definitiva, podemos afirmar que jamás ha existido nada tan “conservadurista” en la historia de la Iglesia como el mal llamado progresismo que infecciona la desalentadora actitud de no anunciar a todas las gentes a Cristo, no sea que de lo contrario se nos sitúe fuera de los contravalores del nuevo orden mundial. En este domingo miremos con alegría el mundo misionero y envidiemos la dedicación de unos y la valentía de todos los demás que nos recuerdan que la Iglesia es misionera y mártir. Y todo ello en el año dedicado a san Pablo, paradigma de misionero. Fuente: Diario ya |